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martes, 27 de abril de 2010

Testimonio del Dr Morán.



Hace 25 años volvió a casa el último exiliado de la Guerra Civil

Soy médico de empresa y mi primer trabajo fue en 1984, hace un cuarto de siglo, en Argelia para Dragados y Construcciones S.A., destinado en un campamento donde vivían 500 españoles que construían colegios en la provincia de Mascara (Muaskar), 90 km. al sur-este de la ciudad de Orán en los montes Atlas. Con el entusiasmo de un recién licenciado y poca experiencia medica, cuidaba enfermos, vacunaba, hacía de chófer de la ambulancia y recordaba a todos la importancia de prevenir accidentes. Siempre me había gustado el trato con ancianos y pronto vi que las personas mayores de las aldeas Bere-beres cercanas a nosotros eran tratadas de una forma especial por sus familiares y vecinos, ocupando un lugar honorable en las casas donde se les escuchaba con singular veneración y respeto. Esto me animó a preparar una ponencia para el siguiente Congreso de la Sociedad Española de Geriatría que se celebraría en Jaca en ese verano del 84 que titularía “Ser Chibani en Argelia” (los Chibani son los abuelos en la lengua árabe). En primavera me comunicaron que la ponencia había sido aceptada, por lo que empecé a recopilar fotos curiosas, observaciones sociales, anécdotas de los más mayores de la zona y pedí permiso para visitar la Residencia de Ancianos de Mascara para así completar una visión amable y original de la geriatría argelina.

Acudí una mañana al Hospice de Mascara que servía al tiempo para alojar a los mayores sin casa y a los enfermos con trastornos psiquiátricos. Acompañado por el director del centro nos acercamos a las salas donde vivían los ancianos. Allí entre hileras de camas estaban varios grupos de residentes vestidos a la manera norte-africana con chilaba y turbante. Les saludábamos despacio, estrechando la mano a cada uno de ellos y hablando en francés. Me fijé en los detalles de los chibani, sus ropas, sus turbantes, sus chilabas, uno iba con boina ¿y eso?... le pregunto al director por el hombre de la boina negra y me dice que es español. Gentilmente me lo presenta: “¡Hola! buenos días... pues ya me ve … aquí… detenido…”. El director del hospicio me indica sonriendo que luego me lo explicaría todo. Por mi parte termino una corta conversación con el compatriota, que se llama José Navarro y asegura que le tienen allí “preso por razones políticas”. Le cuento sorprendido lo que hago allí y añado que, si le parece bien, le convidaba el próximo fin de semana a comer una paella en nuestro campamento. El contesta que “le gustaría pero que no lo cree posible”. Nos despedimos cordialmente.

El director me enseñó en su oficina al acabar la visita un expediente médico iniciado durante el protectorado francés en 1945 cuando se trasladó a este enfermo desde Orán a la sala de pacientes psiquiátricos del Hospice de Mascara y aquí se había quedado desde entonces sin que nadie le hubiese reclamado en 39 años. En este intervalo, con la independencia de Argelia por medio, se le había recolocado de la zona psiquiátrica a la de ancianos por su buen comportamiento y ahí continuaba sin novedad. Por supuesto que me autorizó a volver ese fin de semana a por Don José para que pasara el día fuera con los compañeros de la obra (previa firma del formulario de custodia del anciano).

En el campamento español de Dragados en Mascara, los viernes (día festivo en Argelia) se organizaba una comida campestre, feria del Rocío, fallas valencianas, “pajarraca” o lo que tocase para pasar un buen rato en unas horas llenas de camaradería entre los miembros del grupo de trabajadores de la construcción que se montaban la consiguiente “barraca” con los mejores materiales sustraídos a la propia obra. Ese fin de semana de Mayo del 84 aparecí con nuestro invitado-sorpresa y se lo presenté a mis amigos justo antes de entrarle a la paella: Pepe el de la boina era un excelente conversador. Al estar entre obreros que le preguntaban curiosos y con sincero interés, les cuenta su historia con gran detalle, que es de Barcelona, pintor-decorador, anarquista de toda la vida, casado en Burjaxot (Valencia) con Josefina en 1934, con la que tuvo una hijita que se llamaba Mimí y que hizo la guerra contra los fascistas llegando a ser Capitán de Infantería al mando de una batería de ametralladoras hasta que le hirieron en la Batalla de Teruel en febrero del año 38 y luego salió de España por Cartagena hacia Orán donde como refugiado volvió a trabajar pintando casas que era lo suyo.

Lo que no cuadraba es que Pepe creía que estábamos en 1955 y no en 1984. Los chicos de la obra le aseguraban que Franco se había muerto, que en España ya había libertad, le enseñaban periódicos y carnets de identidad y él no se rendía, empeñado que todos confabulaban contra el y respecto a su edad estaba convencido que tenía unos 50 años y ni uno más ¡nada de 71! (ahí le aparecía el problema psíquico que en su día le recluyó quizás en el Hospice de Mascara). Así entre historias, risas y muchas canciones acabó un día de celebración con la vuelta de nuestro amigo a su Asilo. Cuando regresé al campamento me esperaban mis compañeros porque “a este hombre había que llevárnoslo para España y lo teníamos que hacer con la ayuda de todos”.

Cada viernes me traía a Don José al campamento de invitado y en un mes uno de los trabajadores volvió de un permiso a casa con la partida de nacimiento literal de José Navarro para solicitar el pasaporte. Argelia era por entonces un país muy burocratizado donde conseguir autorización para salir demoraba años. A la vez los emigrantes españoles padecíamos una representación diplomática con funcionarios heredados de un pasado gris que poco ayudaban si las cosas no estaban muy claras aunque en España mandasen ya los Socialistas desde hacía poco más de un año. Con los papeles de Pepe viajé al Consulado Español de Oran y me dijeron que para sacar un pasaporte había que documentar la fecha de entrada en el país, carnets de residente… “oiga que no, que este señor está aquí desde la guerra…” “pues vaya a la embajada de Argel a ver que dicen”.

Al poco terminé de preparar la presentación sobre “Ser Chibani en Argelia” e inicié el viaje al Congreso de Geriatría en Jaca a primeros de Julio de 1984. Al pasar por Madrid, telefoneo a Burjaxot en Valencia y contacto con el Secretario del Ayuntamiento al que le cuento de un señor de 70 años encontrado en Argelia que decía estar casado con una mujer que vivía en ese pueblo… La Policía Local indaga y comprueba en dos horas no solo que Don José era el marido de Doña Josefina, sino que además llevaba dado por “muerto en combate desde la batalla de Teruel en el año 1938”.

Ese mismo día el Alcalde de Burjaxot, que era socialista y conocía a la familia de Pepe, me llamó interesado por lo sucedido y para facilitarme el teléfono de Mimí, la hija que ahora vivía en París y que probablemente no sabía nada de la existencia de su padre. También me garantizó que si lo traíamos, le darían por lo menos acogida en la Residencia de Ancianos de la localidad. En ese momento la situación era que había que ver como dar la noticia bien a la familia y montar una repatriación adecuada y a su tiempo. De vuelta en el campamento de Mascara acordamos contactar con la hija: “¿París?: ¿Es usted Josefina Navarro y le llamaban de pequeña Mimí?… su padre es José Navarro… pues verá soy el doctor Morán y le llamo desde Argelia estamos en Mascara cerca de Orán, hemos encontrado a su padre vivo y está muy bien…”

Al siguiente fin de semana y superando una claustrofobia que la impedía viajar en avión, recogimos a Mimí (55 años) en el vuelo procedente de París. Puesta en antecedentes, se había traído en la cartera un arma infalible para que su padre la reconociera: las fotos de cuando tenía 2 añitos que le hicieron a ella con Pepe y su mujer en 1936. El momento del primer encuentro de padre e hija en nuestro campamento, montado como una fiesta más de fin de semana, le sacó lágrimas emocionadas a más de un rudo trabajador que creía haberlo visto todo (aunque Pepe siempre mantuvo en secreto que su Mimí no podía ser realmente una chica tan mayor como esa).

Había que arreglar entonces lo del pasaporte para salir de aquel país y hacerlo pronto para que la familia recibiese en Valencia al exiliado. Esta vez volví a Orán tras pedir audiencia directamente con el señor Cónsul: “Mire Usted, traigo un caso especial… por cierto: soy el Doctor Morán, sobrino de Don Fernando Morán el Ministro de Asuntos Exteriores… aunque eso no sea importante… verá usted…” y le relaté toda la historia. A partir de ese momento los trámites burocráticos y diplomáticos funcionaron a toda velocidad (uff… y menuda trola que me acababa de soltar).

A la mañana siguiente, sonó el único teléfono del campamento y cuando creía que me iban a pedir explicaciones por decir que Morán era mi tío, resultó que me hablaba un periodista de Radio Nacional de España que quería saber como nos habíamos encontrado al “último exiliado de la guerra civil” y se lo conté igual a como se lo había relatado al Cónsul unas horas antes. Luego nos llamaron de España diciendo que la noticia había salido en todos los boletines horarios de radio y al día siguiente en varios periódicos. ¿Casualidad?, pues no: Había coincidido que el Ayuntamiento de Burjaxot y la familia se habían puesto en contacto con la Oficina de Prensa del Partido Socialista de Valencia que redactaron un teletipo con el hallazgo de José Navarro.

Dos semanas después, tras la visita de varios periodistas de televisión y de la revista Interviú que convirtieron la aparición del exiliado en la noticia más entrañable de ese verano de 1984, Pepe salió de Argelia con un pasaporte diplomático de color rojo que funcionarios de nuestra Embajada le entregaron en el Aeropuerto y le acompañamos como un auténtico héroe hasta su pueblo y su casa el 24 de Agosto de 1984 para vivir los tres últimos años de su vida en compañía de la familia aunque, según cuentan, nunca se terminó de creer del todo que tenía 71 años, que estábamos en los años 80 y que todos nosotros no éramos más que espías fachas que lo íbamos a asesinar cualquier día.

Los argelinos nos enseñaron una palabra (Mektoub) que quiere decir “El Destino”… eso sería lo que hizo que cuando a Pepe ya casi le tocaba como a otros muchos empezar a morirse en la soledad de una tierra extraña, sucediese exactamente que allá en Argelia hubiese Gas Natural, ese Gas Natural lo necesitase comprar España y lo hiciese justamente a cambio de ciertas obras civiles en Mascara (provincia donde casualmente el gobernador era el hermano del presidente argelino), allí se necesitase un médico en un campamento de obra y que además este galeno fuera tan aficionado a los ancianos como para visitar el lejano hospicio de las montañas donde estaba recluido este hombre. Si estos fueran pocos eslabones de una cadena de coincidencias, además fue oportuno para que todo saliera bien que el descubridor se apellidara Morán (casualmente como el ministro de Asuntos Exteriores) y que el primer gobierno Socialista Constitucional apoyara encantado la vuelta a casa de un veterano combatiente republicano.

El destino de José Navarro, el último exiliado de la Guerra Civil, hace 25 años, no era morir olvidado en África sino en su casa de Burjaxot al lado de su gente y admirado porque… si tu Mektoub está escrito… ¡no podrás escapar de él! ¿verdad?

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